Un señor elegantemente vestido se dispone a jugar a la ruleta. En su mano derecha reposa un vaso de whisky a medio beber, de su labio inferior cuelga un cigarrillo rubio a estrenar.
Una morocha envuelta en un vestido negro que la aprieta con fuerza le susurra algo al oido. El crupier fuerza la voz:
– Hora de realizar sus apuestas – dice mientras se entretiene jugando con la bola.
El hombre mira a la morocha y sonrie. Junta un pilon de fichas verdes y las arrastra con fuerza hasta el numero 7. Luego lleva el licor a su boca y bebe un sorbo infinito.
– Siete negro – canta el crupier.
La mujer de exuberante figura lo toma de los hombros y otras señorita que aparece en escena se sienta sobre su falda. El hombre vuelve a sonreir, esta vez con un dejo de soberbia.
¿No es acaso esta imagen un claro ejemplo de lo que el cine ha instalado en el imaginario colectivo como una potencial situacion de casino?. ¿No es una constante en el septimo arte la ecuacion hombre rico, bellas mujeres, alcohol, noche y apuestas, cada vez que pretende describir una escena donde uno de los personajes pretende jugar a la ruleta?
Esta postal ha tomado fuerza debido a su difusion masiva, no obstante no se corresponde con el retrato de alguien que acostumbra jugar a la ruleta de forma profesional.
Para empezar, hay una regla basica que tiene todo hombre de casino: “nada de mezclar el alcohol con el juego”. El combo no produce buenos resultados y atenta contra la fuerza de concentracion.
Nada de mujeres tampoco. El sexo femenino puede ocasionar una catastrofe a las finanzas de cualquier apostador. Una bella señorita es una distraccion, que aquel que se dedica a jugar a la ruleta no se puede permitir.
Lo cierto es que mujeres, alcohol y apuestas, son una mezcla exitosa solo en cine. En la vida real, la conducta del jugador implica mayor compromiso, y una atencion enfocada pura y exclusivamente en lo que sucede en el paño.